sexta-feira, 24 de fevereiro de 2012

Hollywood em tempos de auto-homenagem


por Elsa Fernándes-Santos
do El País

Hay pocos lugares donde la nostalgia esté tan arraigada como en Hollywood. Los frutos de la gloria colectiva que, a principios del siglo XX, hizo de esta colina un icono de fertilidad artística y prosperidad económica han convertido Los Ángeles en lo que es hoy: una ciudad en permanente deuda con su pasado. Y más, en la semana de los premios Oscar. 

Encerrada en sí misma, enamorada del reflejo de su juventud como la Gloria Swanson de El crepúsculo de los dioses, de su nostalgia no se libran ni calles, ni centros comerciales, ni guarderías. Ni siquiera los cuartos de baño de modernos restaurantes; cuando al fin uno logra lavarse las manos sin contemplar una foto más de su vieja estrella favorita cae de bruces en un inodoro cuyas paredes están enteladas con Peter Pan rumbo a Nunca Jamás. Y lo peor de todo, hasta resulta emocionante.

Pero ni el mayor delirio de los fantasmas que pueblan el cementerio de Forest Lawn o el de Westwood (donde por cierto está el nicho de Marilyn Monroe, presente también en la ceremonia del próximo domingo gracias a la impresionante encarnación de Michelle Williams enMi semana con Marilyn) hacía prever el paroxismo al que llega esta 84ª edición de los premios Oscar. 

En ella, The artist, una película muda sobre los albores del sonoro, francesa pero enteramente rodada en esta ciudad, se batirá en apasionante duelo con La invención de Hugo, un espectáculo tridimensional que sobrevuela el París de los años treinta para clavarse en el mismísimo corazón del nacimiento del cine a través de la figura de uno de sus padres: Georges Méliès, aquel mago, inventor y pionero de un arte que se atrevió a jugar con una máquina capaz de crear los más asombrosos sueños y fantasías.

Continua El País

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